DOLOROSA QUE NO LLORA.
Decía mi abuela,
que una manera muy agradable de traer
a la imaginación el sentimiento, la
emoción y la profundidad de la Semana Santa, es por las palabras y versos de sus pregones.
Hoy leyendo algunos de ellos, encuentro
en el de 1943[1] unos párrafos apasionados
y llenos de emoción sobre la Virgen Macarena, los traigo a estas páginas para
que los que gusten de la Macarena, sientan el mismo placer que sentí yo al
leerlos, y dicen así:
“Hay en Sevilla una
Virgen, que encarna el tipo más sutil y representativo de sus Dolorosas.
Todos la conocéis. Es morena, porque la
doró el sol, como la Esposa de los Cantares.
Y guapa, como la mejor entre las hijas de
los hombres. Ninguna imagen la sobrepuja en popularidad, porque ninguna está
más cerca que Ella de la gracia espiritual de Sevilla.
Su nombre es paz y remanso para las
tribulaciones del alma. Se llama Esperanza. Su apodo es una vieja palabra
toponímica, cargada de siglos: Macarena.
Pues bien, la Virgen de la Esperanza, la
Macarena es una Dolorosa que ya no llora. Sencillamente no llora, porque ha
llorado.
Dirías
que terminó su llanto cuando desahogada, consolada, se quedó satisfecha
y henchida de dolor.
Sí escudriñáis su cara, sí examináis
atentamente sus perfiles, sí reparáis con ahínco en su figura, respiraréis un
como hálito de gracia, de ángel; percibiréis en su mirada un incipiente fulgor
de serena satisfacción interna y hasta, diríamos, de felicidad, de beatitud.
Yo no sé si algún filólogo escrupuloso me
discutirá la poética etimología que en mí suscita el viejo vocablo de Macarena.
La voz macar, que acaso pudo ser importada por griegos o por romanos a nuestra
patria, significa feliz, y en la terminación ena no es ninguna osadía descubrir
la supervivencia de un antiguo sufijo ibérico de carácter posesivo. Macarena
quiere, tal vez, decir posesión de la felicidad. Y eso es, precisamente, lo que
la Virgen nos dice en su semblante en la madrugada del Viernes Santo, que es
feliz de ser mártir, que está contenta y alegre porque sufre.
Por eso los macarenos dicen que el Viernes
Santo “sale el sol” a la una de la madrugada.
¡ Que importa ya la noche, si Ella anticipa
la aurora ¡. Meciendo suavemente el airoso palio bordado, con su corona de oro,
sus velas rizadas que quieren volver a ser flores, sus claveles y, sobre todo,
con aquella cara... la Macarenita santa avanza jaleada por la multitud y para
su hermosura morena son los mejores piropos y las más vibrantes saetas de la
madrugada única.
Y cuando, con su mano de rosa y nácar, el
alba azafranada descorre los velos de la noche, a la Macarena le amanece junto
a la Giralda, como si bendijera simbólicamente con el beso de la luz matinal a
la gracia perenne de Sevilla.
Y aun todavía la Virgen corre rumorosa y
alegre, a pleno sol de la mañana, por todas las calles del barrio, inundando de
gozo los corazones, porque la sienten, como efluvio bienhechor, desde sus
camas, los enfermos del hospital.
Solo cuando la Esperanza se despide
cariñosa desde su arco de triunfo, empezamos a darnos cuenta de la tristeza del
día lúgubre, que recalca el tableteo ronco de la voz de la Giralda.
Pero entonces, como regalo y promesa feliz
de esperanza y amor, nos llevamos fija en el alma la saeta macarena:
En San Gil nació
una flor
Blanca y de
fragante aroma,
Que a su barrio dio
esplendor
Y que lleva en su
corola
La Esperanza y el
Amor.”
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