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Hoy
me encuentro ante el Convento de Santa Paula de religiosas jerónimas, fundado
en 1473 por Doña Ana de Santillán.
Desde la calle que lleva el nombre del convento, lo primero
que me viene a los ojos, es la esbelta espadaña que airosa, alza su belleza
hacia el cielo azul.
Inicio la visita, atravesando una sencilla
puerta gótica-mudéjar del siglo XVI y sobre ella una cerámica con Santa Paula
la titular del Convento.
El compás es un hermoso jardín repleto de plantas y frondosos árboles, como jazmines,
naranjos, limoneros, cipreses o palmeras, paseando entre los árboles, me sitúo
delante de la magnífica portada de entrada a la iglesia.
Aquí hay que pararse y recrearse ante tanta maravilla, es
una portada de gran calidad y originalidad, obra de realizada por el escultor Pedro Millán y el
ceramista italiano Niculaso Pisano. En
ella, el ladrillo se une con la cerámica, y el arte gótico con el mudéjar y el
renacimiento, estilo Reyes Católicos de finales del siglo XV, sobre el dintel
de la puerta el escudo de estos reyes.
En la decoración de azulejos, hay una
gran diversidad de elementos, destacando sobre el arco de medio punto, siete
medallones con figuras de santos, salvo el del centro que representa el
Nacimiento.
El templo es de una sola nave cubierta con un esplendido
artesonado mudéjar, la bóveda del presbiterio se cubre con nervaduras gótica.
El retablo mayor de estilo barroco, está presidido por una
imagen de Santa Paula, rodeada por una serie de esculturas de diversos santos.
A cada lado del presbiterio se hallan los sepulcros con las
estatuas yacentes, de los Marqueses de Montemayor.
Ella, Doña Isabel Enríquez y su esposo
Don Juan Condestable de Portugal patrocinaron la construcción de la iglesia.
Sobre estas sepulturas, se encuentran dos grandes pinturas
alusivas a la vida de Santa Paula.
En los diversos retablos y altares, se pueden admirar obras de gran mérito, como
el Cristo del Coral del siglo XV, San Juan Bautista y San Juan Evangelista de
Martínez Montañés, retablos y pinturas de Felipe de Rivas y Alonso Cano, entre
otros.
A los pies de la iglesia se encuentra el coro bajo,
separado de esta por una doble reja de hierro, y junto a la entrada una pintura
de grandes dimensiones de San Cristóbal.
Saliendo de la iglesia, y por la otra puerta que da a la
calle, se entra a un pequeño y viejo compás, desde donde se sube al museo.
Aquí atiende una amable hermana, que nos acompaña por las
tres salas, dando explicaciones de su contenido.
El museo contiene una importante colección de obras de arte,
que comprende numerosas pinturas, esculturas, mobiliario, piezas de cerámica y
orfebrería, relicarios, casullas, una capa pluvial y otros muchos objetos religiosos.
MUSEO SALA DEL CORO ALTO.
Habría mucho que
decir de este interesante museo, con
techos mudéjar, pero tan solo os diré que hay que venir a verlo, merece la
pena, la monjita te cobrará tres euros, muy poco, pero mucho para Ellas que
tienen que mantener el convento. Me olvidaba decir que la entrada incluye la
visita a la iglesia.
El paso obligado antes de terminar el paseo por el convento,
es pasar por la dependencia donde se pueden adquirir algunos de los deliciosos
dulces, que artesanalmente elaboran las monjas.
La oferta es muy amplia, desde una veintena de diferentes
clases de mermeladas, hasta almibares, tocinos de cielo, turrones, o madalenas entre
otros.
Estos dulces, los elaboran las monjas con una receta
especial y secreta, que yo os voy a revelar, las hermanas con su bondad y
caridad me perdonaran esta indiscreción.
Ingredientes:
4 tazas de amor- 2 tazas de lealtad –
3 tazas de olvido de sí – 2 tazas de amistad – 3 cucharadas de esperanza – 4
partes de fe y un barril de risa.
Elaboración:
Se toma el amor y se mezcla con la fe,
se agrega la ternura, la bondad y la compresión, se adereza con la amistad y la
esperanza, se condimenta con abundante alegría, y se hornea con rayos de sol. A todo ello se le añaden las mejores materias
primas y nada más.
Salgo del convento, con unas torrijas,
hechas con tanto cariño, que da gusto el merendar con ellas.
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