NAVIDAD EN LA
RESOLANA.
En estos días de Navidad, que paseo
por la Macarena, me viene a la mente el recuerdo de estas fiestas cuando era niño y vivía en la Resolana.
Los vecinos en el patio alrededor de
un fuego, habían estado cantando villancicos toda la noche al son de panderetas
y zambombas.
A medianoche después de la cena, los
mayores se iban a la iglesia del Hospital a celebrar la Misa del Gallo, según
decían era muy bonita la Misa cantada por las
monjas.
Antes de marchar dejaban acostados a
los pequeños, recuerdo a mi madre calentándonos la cama, para ello ponía sobre
las sábanas la copa o brasero con el cisco picón hecho fuego.
La abuela Rosario se quedaba con
nosotros contándonos cuentos hasta que nos quedábamos dormidos. Aunque no sabía
leer, la abuela como mucha gente sencilla, conocía historias y leyendas de las
que se propagaban entre el pueblo de boca a boca.
Aún recuerdo la leyenda del órgano del
Convento de Santa Inés, que a las doce de la noche de la Navidad, tocaba y
tocaba sin parar sin que nadie pulsara sus teclas.
La abuela comenzaba: “Hace muchos años durante la
Nochebuena, se produjo en el convento de Santa Inés un hecho muy misterioso, que
os quiero contar.
A la Misa del Gallo del convento, acudía toda Sevilla a
escuchar la prodigiosa música que tocaba el organista ciego maese Pérez.
Comienza la misa, y Maese Pérez pone sus crispadas
manos de enfermo sobre las teclas del órgano, y los cien tubos resuenan con
acordes majestuosos, que crecen hasta convertirse en un torrente de atronadora
armonía, como sí las voces de los
ángeles atravesaran los espacios para llegar al mundo.
En el instante solemne en que el sacerdote después de
haberla consagrado, toma la Sagrada Forma y comienza a elevarla, las voces del
órgano se apagan poco a poco, suena un grito desgarrador, el órgano emite un
sonido discorde y extraño semejante a un sollozo, y queda mudo.
¿Qué ha sucedido? ¿Qué pasa? Preguntaban los asistentes
confusos, ¡Que maese Pérez acaba de morir!
En efecto, cuando los primeros fieles, llegaron a la
tribuna, vieron al pobre organista caído sobre las teclas de su viejo
instrumento, que aún vibraba sordamente.
Ha pasado un año, y se va a celebrar la Misa del Gallo en Santa Inés a la que
acude poca gente.
La hija del organista que ha profesado en este
convento, es instada por la superiora para que toque el órgano, la joven monja le
confiesa que tiene miedo de algo sobrenatural que la sobrecoge. “Anoche le dice, subí al coro, la
iglesia estaba desierta y oscura, y le vi, madre, ví a un hombre que tocaba el
órgano, este tocaba de modo indescriptible, el horror había helado la sangre de
mis venas, sentía en mi cuerpo como un frio glacial, y en mis sienes fuego…
Entonces quise gritar, quise gritar, pero no pude, el hombre aquel había vuelto
la cara y me había mirado…digo mál, no me había mirado porque era ciego…!Era mi
padre!.
Comienza la misa sin que nadie se acerque al órgano que
empieza a tocar, todos los fieles presentes concentran sus miradas en el
órgano, este sin que nadie lo toque suena y suena, era el alma de Maese Pérez
que venía a tocarlo”.
Con el corazón sobrecogido por el fantasma de maese
Pérez, se nos cerraban los ojos agarrados a las manos de la abuela.
Ya de mayor, releí varias veces esta
magistral leyenda de Maese Pérez el Organista, que inmortalizara el escritor y
poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer, y comprendí que mi abuela nos hacía un relato libre y no literal de esta
leyenda, la versión original la podéis leer en el libro “Rimas y Leyendas”.
Al pasar por el Convento de Santa Inés
en la calle Doña María Coronel, entrad en su compás y veréis una pequeña placa
que recuerda esta leyenda.
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